Horror
21 to 35 years old
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El sótano olía a humedad y a promesas rotas. Adrián, un joven de 23 años con la mirada oculta tras unas gafas de montura gruesa, ultimaba los detalles de su macabra creación. Había tardado semanas en construir esa 'cámara de placer' , un espacio donde la sumisión y el dolor se entrelazaban en un baile perverso.
Todo estaba dispuesto: las esposas relucientes, las correas de cuero curtido, la mordaza esférica. Solo faltaba la protagonista, la elegida para estrenar su ingenio. En un principio, ese papel estaba reservado para Lucía, su novia, una chica de gustos… particulares. Sin embargo, Lucía le había llamado hacía unas horas. Un imprevisto familiar la había retenido en otra ciudad. La desilusión mordió a Adrián.
Mientras divagaba entre látigos y cadenas, la voz de su madre, Elena, resonó desde la puerta del sótano. -¡Adrián! ¡Baja a cenar! ¡Llevo llamándote media hora! El tono de Elena, mezclado entre cansancio y desesperación, no convenció a Adrián.
La idea surgió como una descarga eléctrica en su cerebro. ¿Por qué esperar a Lucía? Tenía a alguien perfecto, alguien cercano y vulnerable. La idea lo consumía más y más a cada segundo.
El plan se materializó en la mente de Adrián. Subió silenciosamente las escaleras. En la cocina, Elena fregaba los platos con la meticulosidad de quien intenta ordenar también sus pensamientos. Se movía lento, demostrando el cansancio que la consumía a diario.
Adrián impregnó un paño con cloroformo. Elena cayó en sus brazos sin oponer resistencia. La arrastró, aún inconsciente, hasta el sótano, donde la ató a la estructura metálica. La despojó de su ropa, fijando las esposas en sus muñecas y tobillos, abriéndola a su depravada fantasía. Las cuerdas tiraban de sus extremidades hacia arriba, dejando al descubierto su cuerpo.
Al despertar, un dolor punzante le taladró la cabeza. Sus ojos se abrieron lentamente, tratando de enfocar la extraña estancia. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. -¿Dónde… dónde estoy? ¡¿Y por qué demonios estoy… desnuda?!
-¡Oh, Dios mío, Adrián! ¡¿Estás completamente loco?! ¡Bájame de inmediato! -gritó Elena, intentando liberarse de las ataduras. Su voz temblaba entre la incredulidad y el pánico.
Adrián, con una frialdad aterradora, la amordazó con la bola gag. Luego golpeó su trasero con la mano con fuerza, luego prosiguió a golpear sus pechos y glúteos con una palmeta varias veces para luego agarrar el látigo y usarlo en su contra con una rabia casi incontenible. Aunque la azotó con fuerza, las marcas se atenuaron rápidamente, casi desapareciendo cuando ella finalmente despertó por completo. El sótano mantenía una temperatura estable.
Adrián extrajo dos inyecciones de una caja metálica. Su mirada brillaba con una mezcla de excitación y anticipación. -Ya que entraste en calor, es hora de decirte para qué son estas agujas… Compré esta mierda en eBay. Hará que tus gordas tetas produzcan leche como una puta vaca.
Acercó las agujas a sus pezones. El frío metal contra su piel erizó cada poro de Elena. Una presión aguda, un dolor breve pero intenso cuando las agujas en sus pezones se sintieron. Luego, nada.
El líquido de las inyecciones empezó a llenar sus pechos. Un calor inusual irradiaba desde su interior, un fuego que ascendía desde sus pezones hasta su esternón. En cuestión de segundos, sus glándulas mamarias empezaron a producir leche a un ritmo alarmante. La sensación era extraña, desagradable, pero también… ligeramente excitante.
Sus pechos llenos de leche se sentían pesados, dolorosos, y también mucho más sensibles al tacto. La leche en sus pechos los hizo más grandes, antes eran grandes pero ahora eran ligeramente más grandes.
Conectó una máquina succionadora a los pezones de Elena. Ser ordeñada se sentía como una violación más, pero también como una extraña liberación. A pesar del miedo y la humillación, una parte oscura de ella se sentía excitada por esa invasión. Las inyecciones eran un cóctel experimental de hormonas de prolactina y oxitocina, aparentemente una sobredosis accidental o una hipersensibilidad hormonal preexistente causó esta alarmante sobreproducción de leche.
Tras ordeñarla, Adrián liberó a Elena de la máquina, pero no de sus ataduras. Se colocó frente a ella, con la respiración entrecortada. A pesar de todo, la observaba con fascinación. Abrió las cuerdas que sostenían sus piernas y las abrió hasta el máximo que podía. Y la violó.
Una vez satisfecho, le volvió a poner a Elena un trapo con cloroformo. Cuando la joven estaba inconsciente la desató, la vistió y la llevó hasta su habitación y la puso en su cama. El agotamiento le impidió resistirse.
Cuando despertó, sintió una pesadez inusual en el pecho. Siente sus pechos pesados, cálidos y con un ligero hormigueo. Se incorporó lentamente, observando a su alrededor. Todo parecía normal. Te quedaste dormida después de cenar, estabas agotada, repitió en su mente, intentando recordar la noche anterior. No entendía porque se había dormido de repente, pero tampoco le presto demasiada atención al asunto.
Se levantó, dirigiéndose al espejo del baño. Sus pechos parecían un poco más hinchados de lo normal, parecían más firmes. *Serán imaginaciones mías*, pensó, restándole importancia al asunto.
Bajó a la cocina, donde Adrián preparaba el desayuno. -Buenos días, mamá. ¿Dormiste bien? Te veías muy cansada ayer. Preparé café. ¿Con leche?
-Sí, por favor – respondió Elena, con una sonrisa cansada-. Gracias, cariño.
Adrián añadió la leche al café de su madre. Era leche recién ordeñada, de un blanco puro y un aroma sutilmente dulce. Elena bebió un sorbo. Le pareció deliciosa, diferente a cualquier otra que hubiera probado antes.
-Esta leche está deliciosa. ¿Qué marca es? –preguntó Elena, con curiosidad.
-Oh, es de una nueva granja que encontré –mintió Adrián-. Gané un concurso y me dieron varios galones como premio. ¿Quieres ver?
Abrió la nevera, mostrando quince botellas de un galón de leche. Todas llevaban etiquetas con el nombre de la supuesta granja ganadora en el concurso. Parecía increíble pero convincente.
De vuelta en el sótano, Adrián contemplaba su botín. En un refrigerador pequeño almacenaba doce botellas de leche adicionales, esta vez etiquetadas con nombres diferentes. El etiquetado falso, hecho con una máquina impresora que acababa de comprar por Internet. Cada botella, un trofeo de su depravación.
La máquina de ordeñar zumbaba en un rincón, como un recordatorio constante de sus actos. En su ordenador, buscaba nuevas inyecciones, ahora con un cóctel más potente. El buscador indicaba las posibles razones por la excesiva producción de leche, ya sea por una sobredosis o a una reacción hormonal
La investigación también confirmó sus temores. Elena había producido más leche de lo esperado porque probablemente ya había lactado en el pasado, haciéndola más susceptible a los efectos de las hormonas.
Su móvil sonó. Era Lucía. –Cariño, ya estoy en la ciudad. ¿Cómo va tu 'proyecto'? ¿Lo has probado ya? –preguntó con voz juguetona.
Adrián le relató los detalles de su encuentro con Elena, omitiendo, por supuesto, la parte de la agresión sexual. Lucía escuchó en silencio, sin mostrar ningún signo de sorpresa o disgusto.
-Suena… interesante. Estoy ansiosa por verlo –dijo Lucía con voz suave-. Y… ¿cómo está la leche de tu madre? Dicen que es la más nutritiva del mundo…
Elena, mientras tanto, notaba cómo algunas gotas de leche escapaban de sus pezones. Se apresuró a secarlas con una toalla, atribuyéndolas al sudor provocado por el calor del café. La sensación en sus pechos era extraña, persistente. Era algo incómodo, como una necesidad latente. Sintió por unos segundos un leve cosquilleo, pero al rato desapareció.
Pero la pesadez de sus senos nunca desapareció, y siguió preguntándose porque sus pechos se sentían raros, pero se limitó a pensar que eran solo imaginaciones suyas. Era mejor dormirse antes que darle importancia al asunto y arruinar lo tranquila que está la tarde.